Raúl Otero Reiche
Elástico, felino, suspicaz, confiado
sólo en sí mismo, abría las rutas del misterio,
porque era el bosque eso para él, encantado
paraje donde tienen sus dioses un imperio.
Y el bosque fue su única posible salvación
desde hace cuatro siglos: regresar a su origen
cuando la ley impuesta quería sumisión,
servidumbre y trabajo del humilde aborigen.
El camba es la conciencia postrera del paisaje
y hasta un remordimiento de la naturaleza,
¿qué hicieron si pudieron por atajar su viaje?,
porque el camba se ha ido sin dolor ni trizteza.
Dejó su triste choza, sus verdes gramadales,
las cristalinas aguas de arroyos y lagunas
y alzando las cosechas de los áureos maizales
se llevó por delante lurciénagas y lunas.
¡Cuántos miles de años perdidos en la noche
de los tiempos, con él no volverán!,
ni menos a los campos el mágico derroche
volverá prodigando su fantástico afán.
Ya no puede llegarte confiado a su tapera,
descansar sin recelo bajo su mismo techo,
mientras prepara el locro su joven compañera
cuya sonrisa excluye la pena o el despecho.
Se va porque no quiere contagiarse de aquellos
extraños visitantes venidos de quién sabe
que regiones inhóspitas o países más bellos,
sin embargo con algo perturbador y grave.
Lejos de lo actual, rumbeando en el baldío,
sin dolor, sin amor, se va el camba... su estera
recogida en el hombro y en el tari el avío
del viento, de las nubes, el sol y la pradera.
sábado, 11 de abril de 2009
EL CAMBA (Poesía)
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