lunes, 13 de abril de 2009

PLAZA DE ARMAS (Poesía)

Raúl Otero Reiche

La Plaza de Armas con arcos triunfales
cerrando los cuatro puntos cardinales,
y cuatro faroles de cuatro vecinas,
cuatro los serenos en las cuatro esquinas.

En ella se daban cita los amantes,
los bultos y algunas vacas trasnochantes.
Cántaras y risas, todas las mañanas
secaban la pila las Samaritanas.

Al centro un quiosco donde se reunía
la banda de música de la Policía.
¡Retretas cruceñas! ¿Quién no concurría
si tenía novia, si no la tenía?

Después erigieron la Estatua, y al punto
cambió el panorama de todo el conjunto,
ni quiosco, ni bardas, pero en cambio un lago
minúsculo, en forma de algún endriago.

Más tarde cayeron entre enredaderas,
víctimas de hacha, lirios y palmeras.
Siguió el exterminio del jardín zoológico
que allí retozaba silvestre y egógico,
ni un cóndor cautivo, ni las gallaretas
pudieron librarse de las escopetas
que aunque no los hubo se las merecía
dicha memorable, total cacería.

Había que ver a los celadores
cosechando patos, urinas y flores.
Hoy día la Plaza de Armas se arrofalda
para estar de moda con la minifalda,
mostrando la curva de todo el vergel
y la geometría de un alto nivel.

¿A dónde se irán los viejos placeros
si también se han ido sombras y luceros?

RAÚL OTERO REICHE

sábado, 11 de abril de 2009

EL HORNERO Y LA GOLONDRINA (Fábula)

Raúl Otero Reiche

-¡Me permite, señor Hornero,
descansar un rato en su casa?-
le preguntó la golondrina
y el hornero le dijo: -¡Pasa!
puedes estar en el alero
que está cerca de la cocina.

Cuando salió a su trabajo
el hornero, la golondrina
a todos sus parientes trajo
y ocupó "hall" y piscina.

Ya de regreso el propietario
encontró llorando a su esposa
y pensó volverse incendiario
por no ocurrírsele otra cosa.

-¿Conque la golondrina? ¿Esa
que llegó pidiendo un favor?
¿Esa qeu ni siquiera trina?
Pues he de hacerle algo peor.

-¡Déjala!- suplicó la esposa;
-ocupemos el nido viejo
que la culebra cautelosa
les ha de dar un buen consejo.

Y en efecto; así sucedió,
porque aquella familia extraña,
por echarse a dormir, no oyó
el merodeo de la alimaña.

MORALEJA
No debes fiarte del que pasa
si no quieres perder la casa.

LA COLA DE LA TORTUGA (Fábula)

Raúl Otero Reiche

El heraldo del león
anuncia la sensación
de aquel año: correrán
la serpiente y el tucán;
preparados estarán
la peta y el avestruz
listos ya sobre la raya
porque puede faltar luz
y hay lagunas en la playa.

En la clásica carrera
fueron jueces unas garzas,
el peludo y el jaguar;
por el bosque y la pradera,
por las lomas y entre sarzas
correrían a la par.

-Óigame, doña tortuga.
- ¿Quién me habla?
-Yo, la ardilla
quiero hacerle un gran favor.
¡Dios ayuda al que madruga!
Su brinllante cola brilla
pero en eso está el error.
- Pues ¿qué hago?
- Me la deja
y ya corre sin temor
de enredarse en la gavilla.

-Y ¿por qué me lo aconseja?
- Por vengarme del señor
avestruz- dijo la ardilla.

Sin el cálido aleteo
partió raudo y al azar
el avestruz.
-¡Ya lo veo!
Válgame- dijo el jaguar.

La tortuga sin la cola
pasó dando volteretas
y al final un trampolín
subrayó su cabriola;
y aseguran los atletas
que rodó como una bola.

Desde entonces la tortuga
sigue y sigue tras la ardilla
reclamándole su cola,
pero aquella siempre fuga
mientras ella más se humilla,
despreciada, triste y sola.


MORALEJA
Tan solo un amigo viejo
puede darte un buen consejo.

LA VIEJECITA Y EL LORO (Fábula)

Raúl Otero Reiche

Una cierta viejecita
tenía en su casa un loro;
era su único tesoro
y gran consuelo en su cuita.

El carretero venía
muy temprano y preguntaba:
- ¿Compra leña? -
Contestaba:
- Bajen- y esto cada día.

De memoria se sabía
aquel pájaro precoz
la respuesta y la decía
imitándole la voz.

- Vuelvo pronto, voy a misa-
la mujer le repetía.
- ¡Date prisa! ¡Date prisa!
el lorito respondía.

Se quedaba muy contento
conversandoo en la ventana
con él mismo y con el viento
a la espera de la anciana.

Sucedió un amanecer.
-¿Compra leña?- Y contestó
remedando a la mujer
el lorito: -Bajen.- No
fue una sola carretada,
pues bajaban siempre más
y más leña, contratada
por el verde lenguaraz.

De la misa regresó
muy feliz la viejecita
pero luego se quedó
como un ánima vendita.

-¿Fuiste vos?-
- Yo fui, mi oro-
el lorito respondíó.
- Pues verás...
Y el pobre loro
más de un palo recibió.

Y hasta el perro soportó
el castigo de la dueña;
y una voz le preguntó:
-¿Vos también compraste leña?

MORALEJA
Muchas veces compartimos
un mal que no cometimos.

EL ZORRO Y LA PERDIZ (Fábula)

Raúl Otero Reiche

Andaba paseando el zorro
cuando encontró a la perdiz.
- ¡Te como! gruñó.
- ¡Socorro!-
gritó la pobre infeliz.

Mas, luego de entretenerlo,
le dijo, -Quizá le cuadre
lo que voy a proponerle
si no me come, compadre.-
- Vamos a ver qué es el trato,
pero abre luego ese pico-
contestó con arrebato
relamiéndose el hocico.

La perdiz, muy zalamera,
le dijo como al azar:
- Oiga , compadre, ¿quisiera
que le enseñe a silbar?-
- Y, ¿cómo?
- ¿Acepta?

- ¿No es largo,
comadre, el primer ensayo?
- De la lección yo me encargo
tan bien como el papagayo.

- Pues a empezar ahora mismo
y ponga gran interés
porque a mí me da lo mismo
comerla antes o después.-

La perdiz consultó sabios,
halló la aguja más vieja
y luego cosió los labios
del zorro, de oreja a oreja.

Desde ese momento el zorro
silvó de noche y de día
y le gritaban: "¡Cachorro!"
las aves que él perseguía.

Viéndole triste y enteco
la perdiz, compadecida,
imagió un embeleco
para salvarle la vida.

Ocultóse en la espesura
cuando el animal venía
silvando con amargura
porque sin querer lo hacía.

Se alzó la perdiz del nido
como haciéndose la loca,
lazó el zorro un alarido
y se le rajó la boca.

MORALEJA
No es bueno contradecir
nuestra propia condición
si se tiene que elegir
una nueva profesión.

LA ARAÑA Y LA MOSCA (De la obra "Fábulas del Oriente Boliviano. 1986)

Raúl Otero Reiche

La araña vieja tejía
su fina red rutilante,
sin importarle si había
bordado para un instante.

Si bordaba es porque era
su oficio bordar, así
como la rubia hilandera
teje en el cielo turquí.

A más de estúpida, tosca,
quedó atrapada en la red
una noctívaga masca.
- ¿Por qué me retiene usted?
¿Acaso es algo de mí?-
le dijo; y le respondió
la que esa trama tejió:
- Y usted, ¿a qué vino aquí?

MORALEJA
Nunca ha sido cosa buena
meterse en la casa ajena.

DESPEDIDA DEL PERICO (De la obra "Adiós Amable Ciudad Vieja"

Raúl Otero Reiche


Perico, perezoso,

vellón de terciopelo,

colchón de plumas, oso

de la juguetería

de Navidad, el cielo

sólo te acogería

en la constelación

de la Osa Mayor.



Fuiste

la selva en oración

y lo que siempre es triste

decirlo: "frustración".



Y otro a modo de chiste:

"el se fue como pudo

prendido del ramaje

del árbol del escudo".

Maravilloso viaje.

EL CAMBA (Poesía)

Raúl Otero Reiche

Elástico, felino, suspicaz, confiado
sólo en sí mismo, abría las rutas del misterio,
porque era el bosque eso para él, encantado
paraje donde tienen sus dioses un imperio.

Y el bosque fue su única posible salvación
desde hace cuatro siglos: regresar a su origen
cuando la ley impuesta quería sumisión,
servidumbre y trabajo del humilde aborigen.

El camba es la conciencia postrera del paisaje
y hasta un remordimiento de la naturaleza,
¿qué hicieron si pudieron por atajar su viaje?,
porque el camba se ha ido sin dolor ni trizteza.

Dejó su triste choza, sus verdes gramadales,
las cristalinas aguas de arroyos y lagunas
y alzando las cosechas de los áureos maizales
se llevó por delante lurciénagas y lunas.

¡Cuántos miles de años perdidos en la noche
de los tiempos, con él no volverán!,
ni menos a los campos el mágico derroche
volverá prodigando su fantástico afán.

Ya no puede llegarte confiado a su tapera,
descansar sin recelo bajo su mismo techo,
mientras prepara el locro su joven compañera
cuya sonrisa excluye la pena o el despecho.

Se va porque no quiere contagiarse de aquellos
extraños visitantes venidos de quién sabe
que regiones inhóspitas o países más bellos,
sin embargo con algo perturbador y grave.

Lejos de lo actual, rumbeando en el baldío,
sin dolor, sin amor, se va el camba... su estera
recogida en el hombro y en el tari el avío
del viento, de las nubes, el sol y la pradera.

LOS ENTIERROS (Poesía)

Raúl Otero Reiche

El bulto de los entierros de las antiguas mansiones
sombrías y silenciosas de la época colonial,
se fue con sus pavorosas y satánicas visiones,
una noche desolada de surazo y temporal.

Cuando el buho graznaba en los fríos torreones,
centinela vigilante de la plaza principal
y pasaban lentamente fantasmales procesiones
a la luz parpadeante de una lámpara espectral.

Negras nubes ascendían del selvático horizonte
con sus rachas pavorosas y un relámpago en el monte
respondiendo a las señales de algún rojo calendario,

y cuando era más fatícico el aullido de los perros
y los cielos recogían su selénico sudarios,
en los pórticos ardían, plata y oro, los entierros.

SE FUERON LOS BULTOS (Poesía de la obra "Adiós Amable Ciudad Vieja)

Raúl Otero Reiche

Se fueron los bultos
de las casa viejas,
de los tumbadillos
y de las despensas;
de los tumbadillos
de las casas viejas;
se fueron los bultos
de las callejuelas
en un torbellino
de sábanas negras
con esos surazos
apagando velas.

Se fueron los bultos
de las "Siete Calles"
con la luna llena
y algunas guitarras
al pie de la reja.

Se fueron los bultos
de las casas muertas,
del segundo patio
lleno de consejas;
los bultos se fueron
con las candilejas
y el rayo vibrando
sobre la tormenta.

viernes, 10 de abril de 2009

ADIÓS AMABLE CIUDAD VIEJA ( Poesía)

Raúl Otero Reiche

Lo cierto es que la vieja ciudad
dejó su mantón de espumilla
flotando en el viento como una bandera a media asta;
la saya de seda se le escurría de la cintura
cada curva del tránsito
y su abanico de plumas de apagaba
en el vértigo de los ventiladores;
ya no cabían en las aceras los contertulios
a la hora del ángelus
y a la media luz del farol colgado del portal
como la luna llena en el arco del horizonte;
ya no existía el aljibe para sonrosar con agua del cielo su tez pálida,
ni la copita de guaraná fragante con que curarse los malestares de la jaqueca,
ni menos el pocillo de chocolate servido con
presteza por la criadita de pies desnudos y andares de molinillo;
la vieja ciudad con su rosario de luciérnagas entre sus finos dedos abaciales,
emperifollada los domingos para la santa misa de las diez
aún dejó sobre el mantel almidonado la familiar ternura de un florero
y en los espejos de Venecia el alba pura de su femenina intimidad;
no fue tan desdeñosa y altanera como la pintan los extraños
y los venidos a menos por el origen o la alcurnia,
aunque supo mantener las distancias en las relaciones sociales
como un aspecto más en la disímil geografía de su existencia;
ciudad que pendía sus prendas personales en los voladizos balcones
y se dormía voluptuosa en una hamaca chiquitana;
ciudad enamorada de lo suyo propio con el orgullo de la pobreza;
ciudad que dio más hijos a la selva que otras dieron a los mares
y que fue madre de pueblos distribuidos en el espacio como las estrellas,
se fue sonriéndole al recuerdo de cuatro siglos maravillosos
cada uno de ellos su primer amor.